Para los hogares de ingresos más bajos, la inflación puede ser más perjudicial,
ya que una mayor proporción de sus ingresos se destina a productos
esenciales, como alimentos y vivienda, que suelen ser los más afectados por el
aumento de precios (3).
Otro factor relevante es la inflación esperada. Si los consumidores creen que
los precios continuarán subiendo, pueden optar por adelantar sus compras, lo
que puede incrementar la demanda en el corto plazo y ejercer una presión
adicional sobre los precios. Por otro lado, en contextos de inflación elevada, es
común que las personas busquen refugiarse en activos que mantengan su
valor en el tiempo, como bienes raíces, oro o divisas extranjeras, en un intento
por proteger sus ahorros de la depreciación (1).
Las decisiones de ahorro también se ven alteradas. En un entorno inflacionario,
la tasa de interés real (la diferencia entre la tasa de interés nominal y la tasa de
inflación) tiende a ser baja o negativa, lo que desincentiva el ahorro en
instrumentos tradicionales, como cuentas bancarias o depósitos a plazo fijo.
Los consumidores, en lugar de ahorrar en efectivo, pueden optar por gastar
más rápidamente o invertir en bienes que consideren menos vulnerables a la
inflación (4)
Asimismo, la inflación puede tener efectos en la estabilidad económica a largo
plazo. Si no se controla adecuadamente, puede generar incertidumbre en los
mercados, afectar la inversión y fomentar políticas económicas más restrictivas,
como el aumento de las tasas de interés, que a su vez pueden afectar el
acceso al crédito y el crecimiento económico (5).
La inflación ha llevado a un cambio en los hábitos de compra, con el 70% de
los consumidores priorizando productos esenciales y optando por alternativas
más económicas. Entre las principales tendencias se encuentran la preferencia
por marcas genéricas, la reducción del consumo de bienes no esenciales, y la
búsqueda de descuentos y promociones. Los consumidores también han
modificado su comportamiento adoptando compras más conscientes,
planificando mejor sus gastos, y reduciendo el desperdicio, lo que refleja una
mayor atención al valor y a la gestión de su presupuesto (6).
La incertidumbre económica provocada por la inflación ha impulsado a muchos
consumidores a modificar sus estrategias financieras, aumentando sus tasas
de ahorro como una medida de precaución ante la volatilidad de los precios.
Aproximadamente el 60% de los consumidores ha optado por ahorrar más,
buscando protegerse frente a futuros incrementos en el costo de vida o
posibles emergencias económicas.
Este aumento en el ahorro también refleja un cambio hacia una mayor cautela
financiera, con las personas destinando una mayor proporción de sus ingresos
a reservas de efectivo o inversiones seguras, en lugar de gastar en bienes y
servicios no esenciales(7).
Este comportamiento puede explicarse por la creciente necesidad de los
consumidores de proteger su poder adquisitivo en un entorno inflacionario. A
medida que los precios suben de manera sostenida, el valor real del dinero
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